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El Conde: Augusto Pinochet es un vampiro en la nueva película de Pablo Larraín

Antes de su llegada al catálogo de Netflix, la sátira política dirigida por el cineasta chileno puede verse en la pantalla del Cine América. 

Por Hernán Ceccato

Ante una imagen -tan reciente, tan contemporánea como sea-, el pasado no cesa nunca de reconfigurarse, dado que esta imagen sólo deviene pensable en una construcción de la memoria, cuando no de la obsesión“.

George Didi-Huberman (Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes, 2011)

El Conde: la nueva película de Pablo Larraín

Para su nueva película, el director de “Spencer” (2021) y “Jackie” (2016) abordó una mixtura de géneros entre la sátira política, el drama y el terror. “El Conde” es un film tan delirante como necesario, que llega a las salas de cine por tiempo limitado, luego de su exitoso estreno oficial en el 80° Festival Internacional de Cine de Venecia, en el que además recibió una nominación al León de Oro y una ovación del público.

A partir del 15 de septiembre podrá verse en Netflix, cuatro días después del 50 aniversario del golpe de Estado de Chile, contexto en el que el represor Augusto Pinochet tomó el poder en 1973. Pero antes, y de manera exclusiva, la película de Larraín permanece en la cartelera del Cine América (25 de Mayo 3075).

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Ambientada en una pequeña porción costera del sur de Chile, “El Conde” nos muestra a un Augusto Pinochet devenido en una vieja y miserable criatura de la noche, un vampiro que ha vivido entre humanos por más de 200 años. Pero este engendro del infierno está cansado de vivir, desea terminar con su prolongada existencia de una vez por todas. En la propuesta de Larraín la historia de Pinochet comienza en Europa durante la Revolución Francesa; será hasta su llegada a Chile que la ambiciosa figura del militar inmortal no se convertirá en una de las personas más amadas -y odiadas- de la historia latinoamericana. Pero los años pasan y Pinochet está indignado porque la sociedad no lo recuerda como un héroe político, al contrario, su memoria se encuentra mancillada, acusado de ser el arquitecto de la etapa más sangrienta e infame de la historia chilena. A la ecuación se suman la esposa y los cinco hijos del dictador, seres quizás más grotescos que su padre. Los hermanos se disputan la fortuna familiar, en una puja de poder que gradualmente los dejará expuestos como negacionistas y colaboradores de diversos crímenes de estado.

Horarios del 7 al 13 de septiembre. (Fuente: Prensa Cine Club Santa Fe)

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El mal encarnado: vampirismo y memoria histórica 

¿Qué hace de “El Conde” un film atractivo? El vehículo de la trama escrita en colaboración con el dramaturgo Guillermo Calderón -con quien Larraín ya había trabajado en la película “Neruda” en 2016- es una farsa grotesca de proporciones expresionistas, donde los elementos de mayor relevancia son los propios del cine de terror y el drama político. El sarcasmo, el costumbrismo y el humor negro convergen en esta película como recursos naturales en un mundo claramente ficticio, pero que se construye a través de la memoria histórica y del compromiso ideológico de sus creadores.

El círculo del infierno: los hijos del represor

Así, el ‘Conde’ titular no es necesariamente el Drácula clásico de cintas como aquella interpretada por Bela Lugosi en 1931 y mucho menos el creado por Gary Oldman en 1992; el vampiro de Larraín es un símbolo ambiguo, como acaso lo es siempre esta lúgubre figura de la historia universal. En prácticamente todas sus representaciones el vampiro es una figura oscura y críptica; originada del folklore europeo y la literatura gótica, su llegada al cine lo convirtió en uno de los personajes más reconocidos de la cultura occidental. Vinculado con el poder, el romance victoriano y la sensualidad, el vampiro también representa a un ser maldito y condenado a la vida eterna; allí donde la ambición encuentra su punto máximo y una pregunta resuena en los salones vacíos de un castillo abandonado: ¿de qué sirve el poder si no somos dueños de nuestro propio destino? Este dilema ha acosado el inconsciente de famosos vampiros como el Nosferatu de Murnau, primero, y de Herzog, después. Lo mismo sucede con el vampiro Pinochet, un ser que contempla el final de su existencia y que decide, repentinamente, dejar de beber sangre, la conocida fuente de poder de estos seres.

La clave de la película de Larraín es sin dudas la manipulación histórica, pero no como una forma deshonesta de interpretar los hechos, más bien como una manera altamente estilizada de reconstruir el pasado histórico reciente y resaltar aún más el factor crítico de la obra. Algo similar ocurre con películas de culto como “Dr. Strangelove o: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba“, de Stanely Kubrick (1964), o “Bastardos sin gloria“, de Quentin Tarantino (2009), donde la sátira oscila permanentemente entre el delirio y el realismo extremo. El humor, en efecto, termina siendo el arma más poderosa para enfrentar al poder: en el momento de la risa, la víctima se libera y el opresor pierde su influencia. En el caso de “El Conde“, reírse implica desafiar al conservadurismo de extrema derecha, un sistema de gobierno totalitario donde el ser humano es degradado, desaparecido y asesinado por sus creencias políticas. El personaje titular es un espectro que, a pesar de sus propios deseos, continúa presente en la sociedad chilena, un no-muerto mantenido con vida por sus detractores, que continúa chupando la sangre de víctimas anónimas bajo la protección de las sombras.

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