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La clausura a la cancha de Colón

El periodista de Sol Play 91.5 Enrique Cruz decidió escribir una nota referido a la sanción tras los últimos incidentes ocurridos.

La mayoría pacífica e inocente es la que paga los platos rotos

Por Enrique Cruz

Hay una mezcla grande de indignación e impotencia en la gente. Es algo absolutamente razonable, lógico y esperable. A la cancha de Colón van decenas de miles y no puede ser ni pueden entender que esa multitud, pacífica más allá de lo pasional, se quede sin ir a su estadio, a ver a su equipo y disfrutar del espectáculo para el que también colaboran, muchos hasta privándose de necesidades esenciales. Es muy triste.

Esta decisión de que el partido con Independiente se juegue a puertas cerradas es una derrota. Es darle la derecha a la ínfima minoría de delincuentes que se salen con la suya. El “entramos todos o no entra nadie” pintado en las paredes del club fue la advertencia. Y lo lograron. No pudieron ponerle el “cascabel al gato”. Se dio como lo habían perpetrado, imaginado y hasta planificado: no entra nadie. Triste, doloroso, genera impotencia, bronca y frustración.

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Hace unos días, después de todo lo que pasó en el clásico, la dirigencia de Colón hasta se sentó con el gobernador de la provincia para encontrar soluciones. Hubo fallas de todos, es cierto. Un operativo de seguridad es responsabilidad de la policía y del gobierno, también es cierto, pero necesita que los otros actores hagan lo que tienen que hacer y cumplan con sus obligaciones.

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La foto de todos juntos –los mismos que horas antes se criticaban mutuamente- tuvo un primer gran objetivo: evitar que a Colón lo multen o lo suspendan por no hacer los deberes que la estricta Conmebol impone y castiga, de no cumplirse, con penas severas, incluso económicas. La noche del partido con Peñarol hubo enfrentamientos armados. Es cierto que se produjeron afuera del estadio, pero adentro, los hinchas de Peñarol ingresaron banderas que estaban prohibidas, las colgaron y sacaron bengalas, que también estaban prohibidas.

“Queremos cuidar al 95 por ciento de la gente que va en forma pacífica y por eso clausuramos por un partido”, dicen desde los organismos de seguridad. Pero se la castiga. Si no entra nadie, los que ganan son los violentos. La prevención falló, las reuniones de coordinación fallaron, se sacaron la foto para dar una muestra de que todo estaba bien (a pesar de las incomodidades, las demoras, la falta de sentido común y las cabezas lastimadas en el clásico) y diez días después de la foto, se clausura la cancha. Inconcebible. Y penoso.

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