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“…Ese es Cococho y su ballet”

Como fueron la Chiva y Poroto, sólo basta con nombrarlos por su sobrenombre para que en Colón se los referencie. Ernesto Juan Alvarez fue un ídolo, dueño de una zurda incomparable y de goles y actuaciones inolvidables. Gloria eterna para el inmortal Cococho.

 

| Por Enrique Cruz (h), comentarista de SOL 91.5

Cancha de Los Andes, año 1984. Los Andes 4-Colón 2. A Tripicchio le hicieron un gol desde atrás de la mitad de la cancha, esa tarde ventosa en Lomas de Zamora. Final del partido. Hay un hombre que viene caminando solo, con el bolsito colgado en uno de sus hombres. Ese hombre supo de jornadas históricas, inolvidables, de golazos de tiro libre u olímpicos, de actuaciones deslumbrantes. Ese hombre jugaba bien siempre y muchas veces la “descosía”. Tenía una zurda prodigiosa. A ese hombre lo ponían de “8” y la rompía, de “5” y la rompía, de “10” y la rompía. Ese hombre, alguna vez, jugó de marcador central, porque seguramente faltaban defensores, en la Bombonera ante Boca y Colón ganó. Ese hombre venía caminando solo por el pasillo que lo llevaba desde el vestuario visitante de la cancha de Los Andes, a la calle. Ese hombre se paró, puso su mano en el hombro del muy joven, por entonces, periodista de El Litoral que había sido elegido para cubrir aquél partido y con los ojos rojos, llenos de lágrima y voz titubeante le dijo: “Ya está, este es el final, hasta acá llegué…”. Fue su último partido. Fue el 26 de agosto de 1984. El lunes se cumplirán 35 años de aquél día. Ese hombre que le decía adiós al fútbol profesional es el mismo que años antes, en los 70, escuchaba la mejor música para sus oidos. “Y ya lo vé, y ya lo vé, ese es Cococho y su ballet” que cantaba la hinchada en aquél Centenario distinto, de tribunas de madera que se convertían en fieles testigo de su talento, de su inteligencia, de su capacidad para conmover a esos hinchas agradecidos que hoy recuerdan goles, jugadas y partidos con el símbolo de ese hombre.

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Cococho Alvarez es el hombre. Lo había traido el Vasco Urriolabeitia de Estudiantes. Mi viejo me cuenta que el Vasco tarda en hacerlo debutar. Y los periodistas de entonces le preguntaban: “¿Y Vasco?, ¿para cuándo Cococho Alvarez?”. “Ya va, lo estoy poniendo en forma, ya lo van a ver. Ese es el que le está faltando al equipo”, contestaba el Vasco, que acertó con casi todo lo que trajo desde La Plata: Baley, Zuccarelli, Spadaro, Trullet, Mario Rodríguez, Zibecchi, Sacconi y Coscia, entre otros. Y Rubén Cheves, que dirigía la reserva y en algunas ocasiones se hizo cargo de la primera.

El que lo vio jugar, lo rubrica. El que no lo vio jugar, que le pregunte a su padre o a su abuelo cómo jugaba. Encontrarán las mejores definiciones del fútbol, porque si alguien le pregunta, a aquéllos que lo vieron jugar, que nombre a alguien que jugaba muy bien al fútbol, seguramente lo nombrarán a él. No tengo dudas.

Eran tiempos en que Colón tenía una idea de juego, un estilo que se basaba en el buen juego, en el respeto por la pelota. Alguna vez, mirando aquellas formaciones del 75, cuando el Gitano se animaba a armar un mediocampo con Mazo por un lado, Carlitos López por el otro y Cococho de “5”, y a lo sumo agregaba un cuarto volante que era, ni más ni menos, que Hugo Villarruel, le pregunté: “Cococho, ¿quién marcaba ahí?”. “¡Nadie!… ¿Para qué…? Si a la pelota la teníamos siempre…”. Era risueño cómo lo decía, porque me ponía en la piel de otros grandes emblemas sabaleros como el Bambi Araoz, Villaverde, el Gringo Mariano, Ramón Mántaras, el Gringo Trossero, el chaqueño Zimmermann o el Negro Fernández, que eran los defensores de esos tiempos y se debían “aguantar” después la arremetida de los rivales.

Se fue a Colombia y tuvo una actuación deslumbrante en Deportivo Cali, que lo recordó casi con el mismo cariño que Colón. ¡Hizo 8 goles olímpicos, todo un record! Y el último que hizo en Colón, en el 84 y ante Lanús, también fue olímpico, en el arco del Fonavi. Cococho había sido campeón del mundo con Estudiantes (era un juvenil) y se había formado allí, pero quiso volver para terminar su carrera en el club en el que se convirtió en un gran ídolo. Y hace poquito tiempo, charlando con “Carozo” Mir, admitía que en ese año se cansó de enseñarle y de meterle pelotas para que se convierta en goleador del torneo, sacándole lustre a esa zurda que todavía le respondía a un cuerpo ya gastado por el natural paso del tiempo y los casi 500 partidos profesionales disputados.

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Como Poroto y la Chiva, se fue un emblema, un estandarte, un hombre que enarboló la bandera del buen fútbol, que sentía la camiseta y que hacía feliz a la gente. Cada rincón de ese barrio Centenario tenía algo de Cococho. Un póster en la pared, el recuerdo con los ojos felices y llorosos de algún hincha, el inimitable “sombrerito” al Choclo Regenhardt que terminó en gol a Perico Pérez en un clásico. Cada rincón del Centenario tenía algo de Cococho, tenía olor a fútbol, a gambeta, a pegada extraordinaria, a talento e identificación con la camiseta. Cada rincón del Centenario tenía el eco de aquél grito de la Santa Rosa de Lima, con las trompetas, los bombos, los redoblantes, los caramelos de Trapitoy  el olor a naranjas mezclado con el de cigarrillos, del que se prendía el resto del estadio: “y ya lo vé, y ya lo vé… Ese es Cococho y su ballet”.

Adiós Cococho, “matá” la pelota con el empeine de tu zurda, meté una pared con la Chiva y ponele un pase entre “cien piernas” para que Poroto defina… Y que deliren aquellos sabaleros con los que te encontraste en el cielo…

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